viernes, 18 de junio de 2010

El 23 - F según Gregorio Granado


Aquel lunes, tan lejano ya, del 23 de febrero de 1981, yo era cabo 1º especialista en mantenimiento de las piezas de AA 35/90 así como la direcciones de tiro en el Regimiento de Artillería Antiaérea nº 74 con base en Jerez de la Frontera. Pertenecía a la plana mayor del regimiento y en esa estresante tarde estaba en la batería de servicios del mismo regimiento, (batería en artillería significa el lugar donde residen los soldados así como el armamento que dispara proyectiles) con unos amigos de mi promoción. Aquella tarde, recuerdo que estábamos sentados en la litera superior, y desde allí se veía el patio de armas. Comenté que algo pasaba pues veía muchos movimientos fuera de lo común a esa hora. Me lo confirmó, momentos después, el cabo cuartel cuando llamó a la puerta del cuarto y nos comunicó que habían tomado el congreso de los diputados y estábamos en situación de alarma y que cada cual se tenía que ir a su unidad. Recuerdo que cuando iba por el patio de armas en dirección a mi batería, el corneta de guardia tocó llamada de retén. El retén esa tarde se había triplicado pues se iba a duplicar los puestos de guardia en las garitas de vigilancia. A pesar de mi juventud, recuerdo que estaba pasando mucho miedo pues ya me veía pegando tiros por las ciudades y campos de nuestra querida España. Todas las secciones de la policía militar salieron a la calle para buscar y avisar a todos los militares que estuvieran de paseo por Jerez en esos momentos. Los Land Rover salían en busca de los oficiales y suboficiales a sus casas porque en ese momento todas las tropas del regimiento se quedaban acuarteladas. La cantina de la tropa se cerró y cada soldado se fue a su puesto. Los puestos de guardia se duplicaron así como el polvorín del regimiento que se cuadriplicó de artilleros de guardia. Cuando llegué a mi unidad, el capitán de artillería me ordenó que me llevara a un soldado para los talleres de mantenimiento y que me quedara allí vigilando el interior de los locales, pues había varias piezas que estaban en espera para su revisión. Fuera había media docena de soldados armados hasta los dientes. Cualquiera se acercaba por allí si no eras de la unidad. La tensión y la desconfiaba se palpaba. Allí estuve como una hora. Me llamó el teniente y que cerrara el segundo escalón. Cuando cerré los talleres y llegué a mi batería ya estaban formados los pocos más de doscientos artilleros que éramos de la batería, ya era de noche. Llevaban puestos los cascos, los correajes así como 4 cartucheras completas de munición para cetme y subfusil. Momentos después llegaron los REOS (camiones norteamericanos que tenía el ejército español) y se llenaron de soldados en un corto periodo de tiempo. Los rostros de los soldados habría que verlos visto. Iban a realizar labores de vigilancia, el tiempo que fuera necesario, en uno de los polvorines que tenía la división de artillería del estrecho, creo recordar que el lugar donde iban se llamaba “La Sierra”. Me acordé que esas imágenes que estaba viviendo de los soldados con los cascos puestos, al estilo nazi, las había visto en las películas bélicas del ejército alemán pero que ahora nosotros éramos los protagonistas de esa película y que no era de ciencia ficción, era una triste y pura realidad. Cuando todos se fueron, quedábamos en la batería un cabo 1º, el cabo cuartel y un soldado cuartelero. Yo no tenía radio y no pude enterarme de lo que estaba pasando en la calle. Desde el cuartel se veían las casas y los pisos con las luces encendidas, suponía que la mayoría estarían viendo la televisión o escuchando la radio, solo los niños estarían acostados. Algunas veces es mejor vivir en la ignorancia que saber todo en cualquier momento. Me quedé en mi cuarto echado en la litera. Sonó el toque de retreta y una hora después el toque de silencio desde el cuerpo de guardia. Y me dormí, otra cosa no podía hacer. A las siete de la mañana, como era habitual, se toca diana. Y media hora después se forma para ir al desayuno. Había comentarios de que no había pasado nada en especial. Cuando fui a abrir el segundo escalón de mantenimiento y empezaron a llegar los sargentos especialistas, que eran de una promoción anterior a la mía, empezamos a comentar las vivencias acaecidas el día y la noche anterior. Todos me comentaban lo mismo. Por la noche se quedaron en el bar de suboficiales, no tenían otro sitio, y hasta que no salió el Rey por televisión, no durmieron ninguno. Fue entonces cuando supieron que en España no había triunfado el golpe de Estado. No obstante ningún mando les proporcionó información alguna. Vivían también en la más completa ignorancia. Durante la mañana de aquel 24 de febrero todo volvió a la normalidad. Fue una anécdota vivida en la historia de España.
Un cuñado de un amigo, que era delegado sindical en la diputación, al enterarse de la entrada de Tejero en el Congreso de los Diputados, el pobre, se pasó toda la tarde y toda la noche, en el campo, perdido. No estaba localizado. También las “pasó canutas”. Anecdóticamente se supo que las centrales sindicales, días después, tuvieron que hacer multitud de copias de carnets del sindicato porque se les habían perdido a los afiliados. Eso era lo que aducían, lógicamente los propietarios de los carnets los destruían así como cualquier otro papel que pudiera comprometerlos.
Hace un par de meses, en una reunión familiar, salió la conversación del intento del golpe de estado, y fue cuando me enteré cuando mi padre me comentó que esa noche estuvo mi madre todo el tiempo llorando y rezando en el sillón por su hijo. Ya se estaba imaginando que su hijo fuera al frente y no sabía que su hijo estaba cómodamente acostado y soñando en su cama. ¡Lo que son las madres¡

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